Una medida de rabia
“El conocimiento de una pequeñez, por lo tanto también, por ejemplo de una peonza girando, bastaba para alcanzar el conocimiento general.", la cita es de un cuento de Kafka, “La peonza" (trompo o perinola), y la transcribo del prefacio de Eros dulce y amargo, de Anne Carson. El protagonista del cuento es un filósofo que en su tiempo libre le arrebata los trompos a chamacos que juegan en los parques. ¿Cómo no amar a Franz Kafka? Carson lo cita para saltar de ahí a decir que no cree que el filósofo o los filósofos en general busquen entender las cosas sino que son seres que buscan pretextos para poner a girar trompos. ¿Cómo no amar a Anne Carson?
En su libro Feminist City. A Field Guide (lo leí en la traducción de Renata Prati para Ediciones Godot), la laureada experta en género, gentrificación y geografía urbana social y feminista Leslie Kern afirma que el activismo y la movilización pública la conectaron de forma decisiva con las ciudades y con la política feminista. Cuenta también que su participación en marchas y manifestaciones empezó antes de conocer ideas de izquierda tipo "derecho a la ciudad" y que fue en esas protestas donde se despertó su sentido de pertenencia urbana a la vez que confirmó su indignación ante diversas injusticias y atropellos. “Estas actividades han logrado siempre renovar mi rabia y mi compromiso (...) me llenan de energía y me nutren en cuanto a investigadora y docente".
Con mayor énfasis en los últimos tres años, he venido leyendo a filósofos y, tal vez más, a civiles que los traducen para el resto de los mortales. Claro que antes había leído textos filosóficos pero siempre como de pasada, más en, digamos, modo window-shopping. En estos tres años me he metido de cabeza y tengo claro que me apaño bien con ensayos sobre la obra y conceptos de filósofos/as (por razones que conocemos el acceso es mayoritariamente a hombres) que con los escritos de los propios filósofos. Al inicio me frustraba y me disminuía, con el tiempo empecé a enfrentar sus caprichos gramaticales y sintácticos (no olvidemos que en su mayoría se trata de traducciones del griego, latín, alemán, francés, etc) como textos poéticos, como poesía críptica.
Soy tarado pero no tanto así que me he detenido a pensar por qué de pronto, con una progresión casi aritmética, me metí de cabeza en la filosofía. La respuesta primera, la del acto reflejo, es que soy una persona muy insegura que deposita en la razón lo que otros depositan en espiritualidad o misticismos. Pero ese dictamen es de cajón, una terapia seria y sostenida en el tiempo encontraría otras capas. Capas que, especulo, irían develando un camino de la psique que talvez desemboque de vuelta en la primera respuesta, la distancia más corta: entrados los 50s llegué pateando puertas a la casa de la filosofía porque soy una persona insegura.
Eso no es ni bueno ni malo. Por lo menos en mi perspectiva de las cosas. Preocupante sería pregonar me-conozco-plenamente-y-me-amo. No es bueno ni malo, digo inseguro como otra persona puede decir ansioso. Pésimo ejemplo elegí porque además de inseguro soy súper ansioso. En fin, esto no es importante en absoluto, para variar me desvié.
Vuelvo a Carson y Kern, dos escritoras/intelectuales (no es lo mismo una cosa que la otra) que admiro. Leyendo a filósofos y sus exégetas y habiendo dedicado la mayor parte de mi vida hasta ahora a la literatura, obvio más lectura que escritura, creo tener clara una diferencia drástica entre la filosofía y la literatura (la que me interesa): salvo una minoría honrosa (¡aguante Marx!), los filósofos hacen lo suyo, filosofan, sin rabia, sin enojo, sin rencor. No me imagino (ni visito o muy poco) literatura no carburada por el cabreo, algún tipo o forma de inquina o revancha. Esa medida de rabia renovada cada tanto de la que habla Kern.
No me refiero a escritura incendiaria pueril, adolescentona, el resultado de esa es inevitablemente conservador o cursi o las dos cosas. Pienso en ese primer motor de la escritura, la ajena y la propia, que es el abandono radical de la autoindulgencia. La primera animadversión es contra el man del espejo. De ahí en adelante es cuesta abajo. No se imaginen textos vitriólicos ni ajustes de cuentas explícitos, me aterra que estén visualizando cosas así. No voy por ese lado.
Textos comedidos, accesibles, ecuánimes por fuera pueden tener su origen en un corazón que no minimiza la derrota de vivir en el mundo en el que vive. De eso hablo, prefiero la literatura alimentada por el encono, la ingobernabilidad, la mala leche que por fuera parece todo lo contrario. Una escritura/literatura empujada por un descontento y cabreo soberano que, a fin de cuentas, también es el pretexto para ir a jugar con trompos.
En fin, talvez he leído muy poca filosofía y lo que acabo de desarrollar es una ridiculez.
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