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Romper el agua

Romper el agua

“Alemania ha declarado la guerra a Rusia. 
Por la tarde, clase de natación”.

Franz Kafka

 

“La única persona que de verdad me ha enseñado algo,
un viejo que se llamaba Darrell,
decía siempre que hay tres clases de hombres:
los que viven frente al mar,
los que se internan en el mar
y los que logran regresar, vivos, del mar.
Y decía: ya verás qué sorpresa cuando
descubras cuáles son los más felices”.

 Alessandro Baricco

El cuerpo siempre al límite

El reloj no suena, vibra. Cada 100 metros, le muestra un número: es el tiempo transcurrido mientras atraviesa el agua. Hay muchos otros cuerpos haciendo lo mismo, la distancia es igual para todos, pero el tiempo no, eso es personal. Un tiempo propio, único y variable. Brazada a brazada, el nadador intenta llegar al límite y, si puede, sobrepasarlo.

A Álvaro le gustan las estadísticas. Casualmente, me cuenta, hizo su mejor tiempo de entrenamiento esta semana. Me muestra orgulloso su tabla de tiempos, en números rojos aparece su nuevo récord personal.

Es sábado por la tarde. En el café, el sol veraniego nos cubre la cara. Él come una ensalada, yo estoy con un café frío. De alguna manera, el cielo azul de afuera y sus anteojos oscuros son la perfecta antesala para hablar del mar.

—No sé de qué es lo que vamos a hablar, pero te puedo decir primero que soy una persona muy conservadora cuando se trata de la energía.

Eso es algo bueno, pienso, es una persona que controla su energía. Pero no es así. Me explica que, por ejemplo, una piscina de 400 metros se hace en seis minutos; seis minutos es mucho tiempo y hay que dosificar la energía, pero él la dosifica conservadoramente. Siempre termina esos 400 metros con energía de sobra. 

—Ese miedo tiene que ver con la fibra de cada persona, con lo que está hecha esa persona.

Por mi lado pienso que las fibras de Álvaro son ondas que van y vienen como las olas. Una primera ola que llega trae su nuevo tiempo récord, un logro, su cuerpo con un nuevo límite. Y una segunda ola trae sus defectos, su extremo cuidado en la dosificación y la contención.

En este deporte, 1.500 metros es la prueba más larga que existe. Pero Álvaro odia el entrenamiento en piscina, le parece aburrido. Se requieren otras habilidades para manejar este tiempo tan preciso y tan lento. Los nadadores han de desarrollar una especie diferente de manejo del tiempo para poder contrarrestar lo inevitable de medir la natación en microtiempos. Cada 100 metros, un microtiempo que vuelve a cero.

 —¿Qué pensás en ese momento, mientras estás nadando?

 —Solo pienso en cuánto me falta para terminar, me la paso haciendo cálculos, como que llevo solo el 30% de las piscinas, que qué mierda esto. Me pongo de mal humor, pero eso es el entrenamiento en la piscina, en el mar no me sucede. Hacer 1.500 metros en el mar es sentirse poderoso.

Codazos, patadas

El domingo 3 de marzo tiene una competencia en una playa del Pacífico. Esta semana es la que más ha entrenado desde que empezó a nadar. Ha nadado más de 4.900 metros por día, durante cuatro días. Los números empiezan a resonar. No es lo mismo entrenar cuatro días que solo dos, no es lo mismo tener 80 años que 14. Empezó en esto de las carreras poco antes de la pandemia, así que es un nadador tardío. La zambullida en ese mundo la inició en sus cuarenta.

 —No le tengo miedo al vacío del mar, no tengo vértigo de las profundidades. Mi miedo es irracional.

 La prueba de competencia en el mar es mental. Hay un inicio frenético, cuerpos con la adrenalina al máximo. Ya en el mar hay patadas, codazos, una lucha por el espacio. No se puede ver quién va adelante o atrás. Me muestra un video de los competidores entrando al agua, y ese chapoteo me recuerda a un cardumen que, por debajo del agua, está siendo devorado por sus depredadores. 

 —El primer kilómetro es caótico, no podés entrar en la respiración.

Subrayo en mi cuaderno entrar en la respiración. Como quien entra al agua, la búsqueda de otro estado, la transformación de un ser en otro ser. Cambiar de materia, de células. Alterar el funcionamiento, adecuar, mejorar, performar.

Luego los cuerpos se dispersan y los nadadores naturalmente se agrupan en dos o tres. Hay boyas que marcan el camino y que indicarán dónde hay que doblar. Imagino muy complicada la dinámica de direcciones y vías tangibles que aplicamos en tierra firme, pero que, en el mar, son simplemente imaginarias, abstractas, móviles. 

 —¿Y por qué tu miedo es irracional?

 —Porque confío en mi cuerpo. Para eso entreno.

Álvaro confiesa que cuando inicia la carrera, necesita ubicar espacialmente todos los kayaks que están ahí para acompañar a los nadadores. Su miedo es morir, ahogarse, estar en peligro. No ser rescatado. Yo no lo encuentro irracional, pero eso me habla de nuevo de las fibras de Álvaro, su conexión mental y física en constante dicotomía.

 —Cuando llego a la parte más alejada de la competencia, es cuando más nervioso me siento.

Ese momento está a 1,5 kilómetros de la costa. Ya los codazos quedaron atrás, ya la respiración está regulada, ya es inminente la masa acuática que lo rodea. La vastedad, imagino, es fuente de ansiedad. Es el momento en el que su mente se hace presente y le pasa malas jugadas. 

 —La batalla es mental.

Mientras otros no soportan la idea de la oscuridad o la imposibilidad de tocar fondo, a Álvaro le preocupa solo un peligro: su mente, finalmente. 

La natación es monótona

Pedimos agua, pedimos café. Entran a la cafetería dos personas que cuando ven a Álvaro, sonríen. Él se levanta, se saludan, Álvaro pregunta por Mateo, pero le avisan que se quedó en el carro esperando.

—Ellos son los papás de Mateo, un chico de 14 que es el mejor del equipo. Es un nadador de élite.

Cuando habla de equipo se refiere a un grupo mixto de personas con el que entrena. Hay adolescentes y adultos mayores, y todo lo que cabe en el medio. 

—¿Cuál es la mayor diferencia entre ellos?

—Algunos de los viejos no llegan siempre a entrenar, están cansados. Y los jóvenes, son 10, y cinco son de élite, los mejores del país. Ellos entrenan dos veces al día, todos los días. Su entrenamiento es muy militar. La natación es monótona. Y los jóvenes a veces no tienen paciencia, vacilan entre ellos, se tiran al agua…

Agradece que su entrenador les permita una pausa vehemente de vez en cuando. Sin esos momentos poco serios, tal vez perderían el interés o la cordura.

—El cuerpo siempre está al límite, no es como el fútbol…

Como el fútbol, donde todo pasa, y ahí en el agua, donde no parece pasar nada. O lo que pasa, pasa solo en lo continuo, en una brazada tras otra brazada tras otra brazada. Una delgada línea azul que atraviesa desde la cabeza hasta los pies. La natación podrá ser monótona, pero no es monótona la variedad de cuerpos que la habitan.

—En las competencias se ve de todo, gente de 14, gente de 80, hombres, mujeres, personas sin piernas, personas sin un brazo. El mar permite a la gente obesa, es un deporte noble. Es un gran deporte.

Haciendo un repaso de las características abismales que pueden separar a un cuerpo de otro en la tierra, me doy cuenta de que en el mar todos esos cuerpos que compiten son hidrodinámicos. Ninguno es torpe. Amplifican estrategias para impulsar el propio cuerpo en esa densidad de agua salada, con corrientes temperamentales, dependiendo del día o de la luna. Se equiparan, flotan, transcurren.

Sobre cómo entran los dedos en el agua

La técnica es fundamental; si no hay técnica, el cansancio es doble. Dice Álvaro que la técnica permite fluir con el agua. Me habla de la natación que rompe el agua como el ciclismo rompe el viento.

—Mi entrenador decía que había gente con talento para nadar. Yo no pensaba eso, es que la natación es disciplina. O interfieren factores como la genética, como las hermanas Poll, que en realidad son alemanas. No entendía la idea del talento. Pero lo comprendí cuando conocí a ese chico de 14 años, Mateo. Él entiende el agua, entiende cómo se mueve el cuerpo en el agua, entiende cómo entran los dedos al agua, es casi un sexto sentido. Su cuerpo entiende cómo atravesar el agua, cómo enfrentarse al agua, cómo soy yo con el agua, cómo la atravieso más fácil. Hay gente que entiende sin que se lo digan.

—La naturalidad.

—Esa es la palabra. Él empezó tarde, a los nueve. Se metió a hacer natación por el asma.

Interrumpo a Álvaro para contarle que mis primeras clases de natación las llevé en el mismo lugar donde entrena. Y que fue justamente ese padecimiento lo que llevó a mis papás a meterme en clases. El asma ha de ser un elemento en común en los nadadores de Costa Rica. Ha de estar en el manual de medicina. Ha de aparecer como primer antídoto contra el ahogo. La contradicción es implacable. Ir a buscar aire ahí donde no hay.

Mientras Álvaro hablaba del talento, yo recordaba a mis compañeras de danza levantando el pie del suelo en una escena que estábamos montando. No es un momento abrupto,  no es un solo movimiento. No se levanta el pie del suelo así como así. Ese movimiento atraviesa toda la planta del pie, recorre los dedos, no es un movimiento que empieza en el pie; si prestamos atención, vemos el accionar del tobillo, y antes el de la pantorrilla, y antes la rodilla, y antes la pelvis, y antes el abdomen y los pulmones. Mover el pie nace del estómago. Cuando Álvaro hacía la mímica de los dedos de Mateo entrando en el agua, yo veía sus dedos tensos, también su muñeca, la palma de su mano, su brazo arqueado, su hombro ya puesto en marcha, su mirada alineada con los dedos. Me pregunto si esa brazada nace también del estómago.

El infinito líquido

—Los primeros 30 o 40 minutos, el cuerpo va bien, va sólido, la técnica va bien, uno se siente completo. Pero hay un momento donde ya no estoy al 100%, ya el cuerpo se cansó, ya se hace un esfuerzo extra, física y mentalmente; la idea del entrenamiento es retrasar ese momento. Antes, desde el inicio me sentía mal…, ya no me pasa eso. Pero hay que decirlo: hay dolor. Dolor de hombros, de espalda, aquí en las paletas.

Me señala las paletas, que están debajo de las axilas, el costado del torso. 

Ochocientos metros en el mar pueden ser infinitos. Se requiere más concentración, hay más cansancio, todos los nadadores aumentan el ritmo porque es la recta final. Pero pasa que creen que la meta está cerca y no es así, todavía pueden faltar otros 15 minutos de batalla en el umbral del dolor. Una eternidad. Una tortura ciega. No hay que hacerle caso a la vista, insiste. 

Y a veces ocurre:

—Durante un entrenamiento en Herradura, estaba solo. Una tarde, ya venía de vuelta de nadar una hora cuando el cielo se puso gris, el mar estaba ondulado. Sentí que estaba en un vientre. Perdí la noción del tiempo.

No siempre ocurre un trance. No siempre aparece el milagro de los pensamientos inesperados, los giros en la narrativa mental, no siempre accedemos a lugares cerebrales cerrados. No siempre es fácil olvidar el mar como lo que es, un ambiente hostil, donde solo se está momentáneamente, donde solo lo atravesamos, pero no nos quedamos. No siempre el cerebro parece volverse líquido y fluir abriendo caminos, realidades, conexiones neuronales únicas que te devuelven hallazgos, ideas, creación. Hay que pasar la barrera de lo físico primero, la barrera de las leyes, la mecánica. Olvidar esos números de metros y minutos que no pertenecen ya a este mundo. Y, con suerte, se encuentra uno con un paisaje interior, con la singularidad, la certeza de no parecerse a nada ni a nadie, de no imitar a nadie, de no ser ni de tierra ni de agua, de ser una existencia entre las dos. El mar deja de ser el terreno de lo no explorado, para ponernos a nosotros en ese lugar.  

—Es como una droga. Aunque sea solo por un momento. 

—¿Nadar te sirve para escribir los guiones de tus películas?

—Claro que pienso en mi vida, en las películas. El cine es todo. Pero nadar es el respiro del cine, nadar es el mundo fuera del cine. Lo que sí me sucede es que después de entrenar me encanta ir a editar. Aunque esté cansado y solo lo pueda hacer por dos horas… Cuando lo hago estoy lúcido, fresco.

Imaginé que para Álvaro nadar en el mar iba a ser como estar en una película en cámara lenta, la vista algo borrosa por los anteojos, el agua que se desliza por la piel, ahí donde confluye un sonido encerrado y amorfo en la materia líquida, el agua que golpea botes, colores. Me había imaginado a Álvaro pensando directamente en escenas de cine que funcionaran de inspiración para sus próximas películas, pero ahora recuerdo que bien dijo de no hacerle caso a la vista.

No puedo no pensar en mi tiempo en la tierra. Tanto tiempo para ¿no ser yo misma?, para pensar en el trabajo, en calendarios, tareas mínimas que tachar de una lista. Perdiendo el tiempo en frases sin valor, repitiendo ideas preconcebidas de la experiencia humana. Tanto tiempo perdido en decisiones vagas, sin compromiso. Porque todo esto de entrenar el cuerpo en el agua es lo contrario.

—¿Cuándo llegaré a mi cumbre? ¿A los 58, 60 años?

—Pero, Álvaro, ¿cuál es tu meta en todo esto de las carreras? ¿Es solo lograr terminarlas?

—No, no, mi meta es quedar entre los tres primeros. En la carrera del año pasado quedé de segundo. De hecho, hoy es la premiación, es en este momento. 

Álvaro vuelve a sacar su teléfono y hay una transmisión en vivo por Instagram del Circuito de Aguas Abiertas de Costa Rica. Enfocan el podio y el segundo lugar está vacío. No vimos ni cinco minutos de la ceremonia, volvió a guardar su celular.

—Yo celebro haber terminado una carrera, celebro haber logrado dominar la mente, y que el entrenamiento sirviera. Y es lo mejor cuando te dan el bananito y la sandía al final, eso lo vale todo.

Flores en el suelo

Arroz amarillo

© Samoa,