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Lector de Borges, engañado en su laberinto

Lector de Borges, engañado en su laberinto

I’ve put in so many enigmas and puzzles that it will keep the professors busy for centuries arguing over what I meant, and that’s the only way of ensuring one’s immortality.

James Joyce

I

Si algo le gustaba a Borges era engañar a sus lectores. Un placer esperable tratando con un escritor, pero pocas veces tan explícitamente ejercido como en el caso del argentino. Conocidos son los casos en que reseñó libros que no existían más que en su imaginación (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Examen de la obra de Herbert Quain”, “El acercamiento a Almostásim” [que tiene la peculiaridad de venir contenido en un libro de ensayos sobre textos éditos]), sus referencias a tomos irreales de compendios reales, su atribución de textos suyos a autores ficticios… en fin, leer a Borges con el tiempo se vuelve un ejercicio constante de paranoia, al tener siempre la sensación de que, de una forma u otra, en alguna medida, el texto nos está tomando el pelo.

Uno de sus recursos favoritos para vacilarnos es el del manuscrito encontrado, nada original pero sí muy bien implementado. Recuerdo a propósito “El inmortal”, “El informe de Brodie”, “El jardín de senderos que se bifurcan”… todos relatos en los que se nos introduce a un mundo en el que existe un texto que contiene el relato como tal, transcrito a continuación. Me interesa esa voluntad de crear un mundo narrado en el cual insertar otro mundo narrado que termina siendo el eje del cuento propiamente dicho. Más aún, no puedo dejar de sentir curiosidad por ese mundo apenas atisbado al principio: ¿qué pasó con la princesa de Lusinge, a la que Joseph Cartaphilus le regaló la Ilíada de Pope en que viene el manuscrito con el relato del que se ocupa “El inmortal”?, ¿qué decían las dos páginas iniciales de la declaración de Yu Tsun, las cuales el narrador de “El jardín de senderos que se bifurcan” asegura que se perdieron, o en la primera del mencionado informe de David Brodie, también extraviada?

Más allá de mi curiosidad, una inquietud objetiva queda irresuelta ante esas introducciones que se podrían considerar innecesarias. Si la idea era mostrar el efecto que la inmortalidad causaría en los hombres, ¿por qué no iniciar el cuento por el principio y ahorrarse princesas, cartógrafos y tomos de la Ilíada?, o bien, ¿por qué afirmar que faltan páginas en la transcripción que sigue e iniciar con unos irredimibles puntos suspensivos?

Se me ocurren dos hipótesis, llamativamente contrarias: la primera es que semejantes devaneos matrioshkos suavizan el efecto fantástico de la lectura. Quien se enfrenta a un texto como “El inmortal”, sin duda suspende su incredulidad con mayor facilidad si le introducen la historia con una procedencia indeterminable, pues ¿quién sería el verdadero autor de aquellas páginas?, ¿Cartaphilus, responsable de regalarle a la princesa el tomo que las contenía, o alguien más?, ¿quizá el dueño anterior de los tomos?, ¿sería Borges, en el simpático caso de que exista en ese primer nivel narrativo? Ese misterioso origen hace tolerable el delirio onírico y sesudo que estamos por leer. En “El jardín…” el procedimiento es contrario, pero consigue el mismo resultado: se nos da el nombre del autor, incluso la naturaleza del texto (es una declaración) y, para más precisión, un contexto: lo que estamos por leer ocurrió durante la Primera Guerra Mundial, según lo anotado por el capitán Lidell Hart en su Historia de la guerra europea. Semejante cúmulo de referencias nos da la ilusión del realismo, de estar llenando un vacío en los anales de la historia.

La segunda hipótesis es la menos obvia y, por ende, la más interesante: las elaboradas (aunque breves) introducciones de Borges están ahí para recordarnos que lo que sostenemos entre la página y los ojos es un texto, no es real ni pretende serlo.

Es notable la similitud con la manera en que Brecht introducía sus dramas: en Madre coraje, se nos presenta un grupo de personajes que, eventualmente, se sentarán, como un reflejo imperfecto del público, a presenciar un drama. El recurso obedecía, según el propio Brecht, a la necesidad de distanciar al espectador de lo que veía, de modo que no se fuera a casa sintiendo algo por los personajes, sino más bien pensando algo, rumiando las ideas que le fueron transmitidas.

No me atrevería a decir que Borges tuviera intenciones edificantes, pero sí de generar ese efecto distanciador que Brecht buscaba, no para enseñar sino, repito, para no permitir que quien leyera perdiera de vista la naturaleza artificiosa de lo que consumía. No se me ocurre algo más propio de un autor que, también repito, llegó al punto de atribuirle un relato suyo a un autor ficticio.

La motivación de este recordatorio puede ser mucho más compleja de probar, mas no así de esbozar: se me ocurre que para Borges lo importante era el relato, la invención, por lo que valoraba profundamente que su obra se recordara como artificiosa. No por nada tituló Artificios uno de sus libros, así como Ficciones el volumen en que lo reunió con El jardín de senderos que se bifurcan.

II

De todos estos intentos por despistar a sus lectores, ninguno tan descarado como el de “Tema del traidor y del héroe”. De momento, aunque admirable, no me interesa la trama, sino el hecho de que, como queda constancia en el párrafo introductorio, no se trata de un relato, sino, precisamente, de su mero esbozo:

Bajo el notorio influjo de Chesterton (discurridor y exornador de elegantes misterios) y del consejero áulico Leibniz (que inventó la armonía preestablecida), he imaginado este argumento que escribiré tal vez y que ya de algún modo me justifica, en las tardes inútiles. Faltan pormenores, rectificaciones, ajustes, hay zonas de la historia que no me fueron reveladas aún; hoy, 3 de enero de 1944, lo vislumbro así.

Las cursivas son mías. A ver: ya desde las referencias librescas vemos la intención letrada, pero ¿un argumento que escribirá tal vez?, faltan pormenores, rectificaciones ajustes, zonas de la historia aún no le han sido rebeladas… ¿qué estamos a punto de leer? Por la descripción, pareciera tratarse de lo que suelen tener las ediciones póstumas de los cuadernos de apuntes de autores famosos, cuya publicación suele quedar impune ante las autoridades. Pero no: este texto apareció en 1944 en Artificios, posteriormente incorporado a Ficciones, en plena vida del autor. ¿Entonces? 

Los primeros párrafos del texto incluyen titubeos y detalles sugeridos, como varias posibilidades para su ambientación espacio-temporal, pero poco a poco la narración se va solidificando. Asistimos así a la historia de Fergus Kilpatrick, conspirador irlandés que no conseguía consagrar la rebelión pues un traidor en sus filas siempre saboteaba sus intentos. Cumpliendo el encargo de encontrar a ese traidor, James Nolan, hombre de confianza de Kilpatrick, descubre que el traidor es su propio líder. Para evitar la desmoralización del pueblo simpatizante, Nolan idea ejecutar a Kilpatrick de manera dramática y mártir. Tras una serie de circunstancias extraídas de la literatura y la historia, lo matan de un balazo en un teatro. Esto, claro, quedó oculto, pero es descubierto décadas después por Ryan Kilpatrick, narrador del relato. Me van a perdonar (Borges de primero) pero no identifico las posibles zonas de la historia que no le habían sido rebeladas. En cuanto a posibles rectificaciones y ajustes, claro, cabrían, por ejemplo si en lugar de su esbozo, el autor se hubiera ocupado alguna vez de componer el relato propiamente dicho. Pero… ¿lo adivinan?, claro: esta historia nunca fue reescrita ni publicada en una segunda versión. Pues… ¿¿ENTONCES??

Como decía, Borges, quizá más que cualquier autor anterior, estaba consciente de lo que hacía, de lo que significaba hacer literatura lejos de la mímesis y las pretensiones retratistas, absurdas después del siglo XIX. “Tema del traidor y del héroe” es su trabajo más logrado en este sentido, pues consigue declarar que una pieza literaria ni siquiera necesita concretarse, sino que, tal como todos los libros gordos que imaginó y que comentó pero no escribió, basta con su esbozo para que habiten la memoria de las generaciones y afecten, en mayor o menor medida, la historia de lo que vendrá después.

Y si no, basta leer el texto para comprobarlo. Tras concluir las escasas cuatro páginas que abarca “Tema del traidor y del héroe”, difícilmente se recordará que inicialmente la pieza se planteó como un esbozo (como un tema) por encima de la compleja trama de heroísmo y traición que, irremediablemente, quedará tan clara como si la hubiéramos leído completa (porque la leímos completa).

Reseñas por obras, fantasmas por autores, tramas por novelas y esbozos por relatos. Literatura por realidad… la verdad es que tiene muchísimo sentido.

Fotografía de Tyrone Dukes

Tres poemas de Gabriel Verdesia

© Samoa,