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Lugares donde hemos mirado

Lugares donde hemos mirado

Para mi mamá

Hay farallones aquí en Sámara. En su base, piedras inmemoriales se van haciendo pequeñas y se pueden ver formas de una armonía rara. Las tocamos y se deshacen. Pienso en la pequeña unidad que somos, producto del tiempo, el amor, la contingencia.

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Mis sobrinos tienen por hábito pelearse dentro de la piscina. Pasa hoy, como ha pasado en todos los paseos y todas las piscinas. De tanto repetir, y dada su estructura uniforme, podría decirse que son una especie de peleas rituales. Sin embargo, las autoridades del paseo (abuela, madre y tío) intentan reprimirlas con distintos métodos.

Ningún ritual puede perpetuarse sin el apoyo de una autoridad que le dé rango. Al menos con eso me consuelo.

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De camino para acá, miramos los árboles que pasan por la ventana del carro. Una densa capa verde y fugaz que nos recibe desde que salimos de San José.

Entre los chistes de carretera y las conversaciones anodinas, se cuela el nombre de ciertos pueblos y sobreviene el recuerdo de asesinatos impactantes: el crimen del río Guacimal, el de Matapalo, el asesinato de cinco estudiantes en una casa de Liberia. Noticias que llegaron hace tiempo, cuyos protagonistas permanecen en la memoria tanto como los árboles, de manera más precisa, incluso.

Como si dejar la capital nos diera una imagen de Costa Rica: la belleza del follaje es fugaz y no oculta la violencia.

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Ayudo a mamá a preparar el desayuno. Ella escucha una grabación donde Facundo Cabral se refiere a Borges. 

¿Qué habrá entendido mamá que dice Facundo Cabral que dice Borges?

¿Qué habrá entendido Facundo Cabral que dice Borges?

¿Qué habrá dicho Borges?

Una tras otra pregunta, todas antes de poner el queso sobre la mesa.

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Mientras nos bañamos en un mar calmo, mamá me pide que escriba un poema donde hable de todos nuestros viajes a la playa desde que yo era niño. Es una petición muy original, nunca me ha encomendado que escriba nada. Menciona Irigaray, Potrero, Sardinal, Carrillo, Jicaral, Puerto Soley. Los recuerdos se agolpan. Pienso en el poema interminable de Carlos Argentino Daneri. Quiero decirle a mamá que un texto así sería demasiado largo y correría el riesgo de ser empalagoso, pero me reprimo. Y lo hago –reprimirme–, porque su idea vale mucho la pena: todos son lugares donde hemos mirado, vivido, sentido, lo más ampliamente posible, el universo. O mejor aún, lo que deseamos que sea el universo. 

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Somos esas cabezas que nos asomamos a la piscina. El agua es un espejo que devuelve nuestras sombras. Creo importante señalar esa cualidad del agua: bajo ciertas condiciones de luz, proyecta imágenes en negativo. También aparecen hojas de palmera y nubes.

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Me siento miserable por querer que todo siga así

Mientras agonizo

© Samoa,