Secciones


Autores

'Pequeño jardín del Edén', de Sergio Arroyo

'Pequeño jardín del Edén', de Sergio Arroyo

A la altura de tres libros, la cuentística de Sergio Arroyo se sigue manifestando como una de las más sólidas de la literatura contemporánea costarricense. Ya en País de lluvia (2018), sus relatos habían mostrado una ágil construcción a partir de los silencios, con tramas incompletas que dejaban a quien leyera la tarea de recuperar un sentido siempre esquivo, insinuado apenas en medio de una narrativa selectiva e inteligente.

Pequeño jardín del Edén (2020) conserva un funcionamiento similar, pero ciertamente es un libro con una voz muy propia. Los nuevos relatos no nos ocultan tanto, aunque no por eso pierden la frescura a la que Arroyo ya nos tiene acostumbrados.

En la pieza que le da título al libro, el pequeño Andrés invade el frente de una casa abandonada con el propósito de crear un jardín. Sin embargo, el proceso no se queda en el mero establecimiento de un espacio, sino que el muchacho decide poblarlo con muñecos que se roba del depósito de juguetes dañados de su hermana Elsa. Pronto, la niña se une y terminan encargándose juntos del jardín, el cual ya está poblado por Lilit y Adán. Si los nombres ya apuntaban en cierta dirección, cuando la lluvia deshace el trabajo de los niños el intertexto resulta ineludible: como un Dios dual y absoluto que repitiera el ciclo iniciado con el “gran” jardín de Edén, ambos personajes conforman una versión micro de la Creación. Se trata de una reescritura ingeniosa en la que la voluntad infantil refleja el hálito divino original, así como divide al Dios Padre del Génesis en un Dios hijo y una Diosa hija, Andrés y Elsa. El origen de todo en la armonía de los contrarios.

“Heilongjiang” nos relata una invasión canina a la propiedad de una madre y una hija que no imaginaron que alimentar a un perro callejero pudiera tener tales consecuencias. La numeración de los apartados consiste en números pares que aumentan en un factor de x2: 1, 2, 4, 8, 16, 32…, los cuales reflejan la cantidad de perros que acuden a pedir alimento cada día. La originalidad de este recurso merece mención, pues es notable cómo la tensión aumenta al comprobar que, en efecto, el número de apartado representa la magnitud de la invasión, siempre creciente. Cuando ya son varios cientos, solo comprobar el número al inicio ya es escalofriante. Es un cuento fundado en la angustia de lo hiperbólico, que nos enfrenta a la siempre agobiante idea del infinito o, sin ir tan lejos, de lo que resulta más grande que nosotros, lo que se escapa de nuestro control.

Los próximos tres textos echan mano del motivo del fantasma, cada uno a su manera. “El limbo de los niños”, candidato a ser el texto más desconcertante de la colección, utiliza otro recurso interesante, pues también está dividido, pero cada sección, más que numerada, está nombrada a partir del nombre del niño o de la niña que la enuncia. Esto, claro, genera que haya un punto de vista distinto en cada una. Y lo narrado… ¿son niños muertos que reviven su tragedia vial?, ¿son almas futuras destinadas a morir en carretera?, ¿son fantasmas confundidos que buscan un sentido ya no para su vida, sino para su muerte? Sin duda, el texto da para estas y muchas más lecturas. 

En “Gran terremoto de Kobe”, una niña que esperaba encontrarse con su amiga después de clases termina siendo víctima de una horrible agresión, tras la cual continúa existiendo en una suerte de limbo (notable conexión…) en el que sigue percibiendo el mundo pero como a través de un vidrio roto. El cuento llega prácticamente al surrealismo y se construye alrededor de la desgracia de una manera sutil y, por lo mismo, efectiva. Y en “Sopla el viento”, una niña fallecida consigue manifestarse a su padre vivo pero de una forma abstracta y anónima. La comunicación entre planos es imposible, lo que termina de redondear la tragedia. Este relato, también, está dividido en secciones tituladas de forma llamativa: se alternan las de la “Hija” con las del “Padre”.

Cerrando la colección tenemos “El movimiento aparente de la luna”, en el que Arroyo incursiona en uno de los tópicos de la ciencia ficción: el extraterrestre hallado. En este caso, es una niña a quien recoge una pareja. La joven, ya crecida, repasa lo que ha sido su vida junto a sus padres terrícolas, enfocándose particularmente en cierta diferencia física que, aunque parezca un detalle menor, termina siendo el elemento definitorio del destino de la peculiar familia. Es un cuento que, a pesar de cierto efectismo final (problema que también presenta “Heilongjang”, por ejemplo) cautiva irremediablemente, tanto porque es en sí una historia atrapante como porque su temática sorprende en medio de un libro que, si bien juega con lo extraño y lo fantástico, hasta ahora se decide a cruzar la línea de forma tan concreta.

Todos los cuentos, como queda evidenciado, son protagonizados (y narrados) por niños y niñas, lo cual tiene su efecto particular; pero en lugar de la otra vuelta de tuerca que menciona James en su famosa novela, lo percibo como algo similar a lo que propone Cabrera Infante en “Un rato de tenmeallá”: no se trata de crear horror o tensión dada la incapacidad adulta para comprender a los más jóvenes, sino de una búsqueda por esa versión del mundo que solo la mirada de un menor puede producir. Aunque esto siempre será un artificio, Arroyo lo logra con una naturalidad notable, la cual aprovecha para ahondar en temas verdaderamente desgarradores y complejos como la muerte, la agresión y la adaptación cultural.

Aparte del mencionado efectismo en algunos finales y un par de ambientaciones geográficas que, hasta donde alcanzo a comprender, no aportan mucho, los relatos que componen Pequeño jardín del Edén son verdaderamente ingeniosos y poseen una cualidad que caracteriza a la mejor literatura contemporánea: la exigencia del rol activo de quien lee. Esta parece ser la marca de Arroyo, la cual está dejando excelentes resultados.

Pequeño jardín del Edén, Sergio Arroyo, Editorial Costa Rica, 2020, 112 pp.

Las clases de Hebe Uhart

Un hombre me contó la historia de su vida

© Samoa,