Secciones


Autores

Que gane el mejor

Que gane el mejor

Esquina: Passeig de Sant Joan con carrer de Valencia. Domingo 14 de febrero. 6:28 p. m. - 7:28 p. m.

Me siento en una de esas bancas tan lindas que hay en el Paseo San Juan, disfruto del café con leche que me acabo de comprar, y dos fuertes campanadas anuncian las 6:30 p. m. A mi lado, un pequeño playground con padres y niños, qué mundo tan lejano. Falta hora y media para que cierren las urnas en las elecciones de Cataluña, y la iglesia que tengo enfrente se transformó hoy en un colegio electoral. La iglesia de San Francisco de Sales, de fines del siglo XIX, es una de esas alucinaciones arquitectónicas que llenan la ciudad. Se cuentan en decenas, en cientos, y nunca puedo dejar de pensar que cualquiera de ellas sería una atracción turística en Costa Rica. Las comparaciones son odiosas, pero sobre todo inevitables. En diciembre, tirado bajo una palmera limonense, pensaba que cualquiera de esas playas le patea el culo a la cala más famosa de la Costa Brava.

En fin, hoy en la mañana salí a andar en bici y pasé frente a esta esquina. Una larga fila de adultos mayores aguardaban para emitir su voto. Es un buen lugar para escribir la columnita, pensé. Hoy, finalmente, algo estaba ocurriendo en Barcelona. Elecciones que todo el país mira con cierta atención: el independentismo, dividido, le hace frente a Salvador Illa, filósofo que hasta hace unos días era ministro de Salud del Gobierno español.

Siguiendo con las comparaciones, no hay nada del folclor que pensaba encontrar. No hay toldos con música, adolescentes repartiendo banderas, caravanas de carros tocando el pito... A esta hora, cuando la luz natural languidece y los faroles comienzan a encenderse, la fila que vi en la mañana ya no existe. La gente entra directamente, algunos dejan el perro afuera y vuelven a los dos minutos. Un desentendido podría pensar que, más que un colegio electoral, es un baño público. Una botella de alcohol en gel los recibe en la entrada, lo cual resulta muy conveniente: «me lavo las manos», pueden decir los votantes antes de rayar la papeleta. Cuando llegué a la ciudad, mis hermanos me pedían que les contara el ambiente cuando jugaba el Barça en Champions. «Es como si no jugara», les decía, «todo sigue igual». Hoy, viendo que la ciudad sigue su ritmo en medio de unas elecciones −últimamente un ritmo soporífero−, pienso que tal vez sea una ciudad que, de tan viva, se come los acontecimientos.

Hace frío, unos nueve grados. Parecía que el invierno se iba escapando, pero justo hoy, mi día libre en la semana, retrocedió. Ayer hizo un día espléndido, lo vi desde el ventanal de mi oficina, la gente en la calle recibiendo rayos de sol. Pero hoy desperté y desde la ventana de mi piso vi la llovizna, el día empezando en blanco y negro. Amo la lluvia, es quizá lo que más extraño, pero por alguna razón que aún no preciso, a esta ciudad no le cae bien. Es lo que hay. Igual disfruté pedalear hoy, cruzar el Collserola sintiéndome un Induráin entre la niebla.

Me aburro y no tengo libro. De hecho, elegí también esta esquina porque me queda cerca de una librería de viejo que me ha salvado en varias ocasiones, pero resultó que estaba cerrada. Recién terminé Puras mentiras, de Juan Forn, un libro que dialoga directamente con el que había acabado antes: Los llanos, de Federico Falco. Me encanta cuando suceden esas casualidades. En este caso, dos novelas sobre personajes que huyen, que reconstruyen su vida en un destino lejano. Es un tema que me atrae particularmente. En Missing, cuando Fuguet encuentra a su tío desaparecido desde hace años, este le dice que su huida fue una versión cobarde del suicidio.

Una patrulla de la policía en la esquina. Estaría bueno un poco de acción, unos anarquistas que lleguen a quemarla. Pero todo lo contrario, son las 7:08 p. m. y el silencio es casi total. Los niños y sus padres se fueron. Los centros electorales cierran a las 8 p. m., y las autoridades recomendaron que entre las 7 p. m. y las 8 p. m. salieran a votar los positivos y los sospechosos. O sea, a esta hora la ciudad está tomada por la peste.

Pasa un hombre con un ramo de flores. Lo primero que pienso es que va para una vela, pero luego caigo en cuenta de que hoy es 14 de febrero. Ayer vi un pulpo caminar por la calle, y hoy la chica que me vendió el café llevaba una corona de princesa. Recordé entonces que son días de carnaval, algo que aquí celebran especialmente. O sea, hace un año yo estaba en Sitges, con una peluca de Marilyn Monroe y los labios pintados de rojo. Siento que fue hace una eternidad. Recordar un año atrás es viajar a la Antigüedad.

A las 7:15 p. m. salen de la iglesia dos astronautas. Pero esto no es un disfraz. Son dos miembros de mesa protegidos contra el virus. La imagen me empuja al pesimismo. Ya nada importa. La democracia, el Barça, la lluvia, qué voy a cocinarme esta noche, 14 de febrero… Todo yace bajo el virus, y esta sensación solo se merece un lugar común: que gane el mejor.

__

'La oscuridad intacta', de Dana Gioia

Algunas palabras sobre la impotencia

© Samoa,