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Mejor desde lejos

Mejor desde lejos

1. Acabo de pasar una semana en Berlín, y escribo este párrafo desde la tristeza del aeropuerto de regreso. De aquí nunca me quiero ir. Para cada ciudad tengo una personalidad diferente, y aquí soy alguien que me cae bien, que es capaz de enfrentarse a todo con naturalidad y a todo volumen. He estado aquí suficientes veces para haber visto las ratas escurrirse de la lluvia, he visitado los barrios deprimentes, he sido tratada como inmigrante estúpida y he sido regañada por la Policía, pero aún así no podría ser más feliz.  En esta ciudad me siento capaz de imaginar un futuro para las personas que no está tan lleno de los horrores del capitalismo más humillante. Quizás aquí la catástrofe que nos espera está sucediendo a una velocidad menos evidente, y la gente todavía se cree capaz de establecer su ritmo. Es contagioso.

2. Ayer estuve en una pequeña fiesta en una casa, donde se celebraba entre compañeros de trabajo una semana intensa. Una chica norteamericana que vivió en Ucrania. Un tipo de Irlanda, hijo de inmigrantes iraquíes, que paró en Alemania. Un danés casado con una holandesa. Una chica del este de Europa que vivió en Afganistán, Uganda, Mauritania. Un chico inglés de origen caribeño que ahora vive en Italia. Y yo, que traigo mi propia geografía improbable. Todos hijos de la globalización que en el cambio de siglo hizo posible a los adolescentes del primer mundo tomar un bus barato y larguísimo a cualquier parte. Todos hablamos de los lugares como si fueran provisionales, nunca completamente conocidos, abiertos a las posibilidades. Cuando uno le pregunta a otro «¡¿qué hacías ahí?!», la respuesta siempre es mitad en broma: «Vivir».

3. Lo malo de irse por una semana a evadir la realidad es volver a la acumulación de tareas domésticas que se han amontonado en el inbox de la vida. Algo se puso malo en la refri, alguien tiene algo terrible que decirme y está esperando a decírmelo en persona, un paquete llegó y como no había nadie lo enviaron de regreso. Hay que asegurarse de que no se metió el agua por las goteras y que las plantas no se murieron, porque uno tiene un lugar donde vive al fin, con otras criaturas.  Todo eso es más urgente en mi imaginación, porque no tengo idea de lo que pasó en realidad. En estos días he estado pensando en cómo Google distribuyó su producto Nest Guard (una sistema de alarmas para el hogar) con un micrófono secreto adentro. Hay vídeos de gente descubriendo a desconocidos viéndolos moverse por sus casas, oyendo sus conversaciones, hablándoles a sus niños por los monitores de bebé. Todo con productos, micrófonos y cámaras que han instalado ellos mismos. Por otra parte, yo que trabajo con ingenieros de software y analistas de seguridad, les aseguro que ninguno tiene una de estas cosas en su casa, a menos de que haya sido para abrirla y examinarla por dentro, para luego destruirla con fuego.

4. Hace meses que no tengo cuenta de Facebook. No sólo la desactivé, si no que la borré (que no significa nada, porque esos datos quedan en algún servidor, per omnia saecula saeculorum). Aunque nunca fui una usuaria muy adepta y no tenía más de una docena de amigos, lo que hacía era ver las fotos de sus bebés y sus perritos. De pronto el algoritmo empezó a encontrar gente de mi pasado distante, esposos de mis primas, y todo tipo de grupos a los que estrictamente no tendría objeción a pertenecer. Así me di cuenta de que un ex-novio sale con una chica que matemáticamente  podría ser nuestra hija, y que una compañera del colegio ya es abuela. A ese punto decidí acabar con todo y volver a la felicidad de poder olvidar a la gente, y no saber nada de ellos hasta que nos reconozcamos un día ya viejitos en el Automercado.

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Fotografía de Dorothea Lange.

De todas formas

'El amo bueno', de Damián Tabarovsky

© Samoa,