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'Mis amigos' y 'Armand', de Emmanuel Bove

Dos novelas cortas, de menos de 150 páginas, ambas con una prosa puntillista, de frases cortas y contundentes, con poderosas imágenes del París de entreguerras y una obsesión por el detalle que deslumbra párrafo a párrafo.

Esas son Mis amigos y Armand, del francés Emmanuel Bove (1898-1945), escritor que en vida gozó de éxito, admirado por Colette y André Gidé, y que luego cayó en el más injusto de los olvidos, hasta que a finales de los setenta resurgió bajo la bendición de autores como Samuel Beckett y Peter Handke, quien lo tradujo al alemán y lo llamó el «santo patrón de los escritores».

Uno lee para que sucedan estas cosas, para que un autor desconocido lo rapte inesperadamente, sin disimulo, y después uno se encuentre buceando en Internet, buscando todo lo que de él se haya traducido al español e ideando cómo traerlo hasta su biblioteca.

Emmanuel Bove debutó con Mis amigos apenas a sus 26 años. La novela acompaña a un soldado retirado que vive de su humilde pensión y que, como el más desdichado de los flâneurs, se dedica a recorrer calles y comercios en busca de un amigo. «A cambio de un poco de afecto, compartiría todo lo que poseo: el dinero de mi pensión, mi cama. Sería muy cariñoso con la persona que me ofreciera su amistad. No la contradiría nunca. Sus deseos serían los míos. Como un perro la seguiría a todas partes. No tendría más que decir una gracia, y yo me reiría; cuando estuviera triste yo lloraría con ella».

A todas luces, es un antihéroe entrañable, cuya autoconmiseración genera tanta sorna como lástima. Odiaríamos conocer a un tipo tan sensible, pero al leer el pasar de sus días, no podemos dejar de encontrar en él algo nuestro, algo indeleble de la condición humana: la simple y llana necesidad de compañía. «¡Ah! ¡La soledad, qué hermosa y triste cosa! ¡Qué hermosa cuando la escogemos! ¡Qué triste cuando no es impuesta durante años!».

El tono de Mis amigos es fluido y transparente. Los encuentros con varias amistades en potencia  se dividen en capítulos, y la lectura avanza entre descripciones vívidas y cotidianas. Lo contrario sucede en Armand, publicada tres años después y que podría considerarse una extensión de su primera novela. En Mis amigos, el protagonista anhela una y otra vez un golpe de suerte que lo lance a la riqueza, y en Armand eso es justamente lo que se narra: la vida de un hombre pobre que se casa con una mujer mayor de clase acomodada.

Sin soltar esa prosa cortante, Bove logra un efecto distinto en esta segunda novela. Escenas con una tensión asfixiante transcurren luego de que el protagonista se reencuentra con un amigo de sus años de pobreza y se enamora de su hermana. De nuevo, un argumento sencillo que es exprimido al máximo, esta vez con diálogos secos y descripciones de una exactitud inquietante. «Jeanne estaba todavía dormida. Por la levedad de su aliento, por las pestañas largas que se estremecían con los latidos de la carne, notaba que el mínimo gesto exagerado la sacaría del sueño».

Emmanuel Bove, maestro para construir personajes complejos en pocas páginas, ha envejecido maravillosamente. Salgan a leerlo.

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Mis amigos, Pre-Textos, 2003, 142 pp.
Armand, Hermida Editores, 2017, 120 pp.